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18,00 €Cuando pintaba las fiestas de su pueblo, las vecinas, los niños vestidos de angelitos, las procesiones, los entierrosà destilaba pureza. Tras los años oscuros de una dictadura que monopolizó la cultura y la estética de varias generaciones, Ocaña devolvÃa a los grandes iconos secuestrados por el franquismo el olor a campo, la luz de amanecer y el sentimiento de hogar que habÃan sido reconvertidos en dogma, tradicionalismo y precepto. Desacreditado por sus detractores, y frecuentemente malinterpretado por sus admiradores póstumos, Ocaña encarnó una figura tan compleja como generosa, una personalidad que trazó en su breve recorrido un camino difÃcil de catalogar por su ausencia absoluta de prejuicios o filiaciones. Un ejercicio de libertad que permitió reinterpretar con luminosidad vitalista las imágenes tÃpicamente descriptivas del repertorio nacional. «Ocaña quizás fue la última gran locaza andaluza. [à ] Una figura anacrónica y contradictoria hoy en dÃa: la mariquita tradicionalista y religiosÃsima que se pasaba el dÃa pegada a las vÃrgenes, altares y cirios de los mismos que le condenaban».(Shangay Lil